By Francisco J. Barral
Me ha saltado un resultado de búsqueda no buscada, y que sin motivo previo aparente me resultó atrayente … se trata del libro “Y Seiobo descendió a la Tierra” del autor húngaro László Krasznahorkai, del que no he leído nada pero que por la introducción a su libro que hace la reseña, dice: “despliega una serie de estampas en busca de la hermosura del mundo”. Y eso parece muy interesante.
En la reseña acompaña un enlace para poder leer el principio del libro que me ha recordado en su estilo, en cierta medida, a otro que leí hace tiempo de Fulgencio Agüelles, “El palacio azul de los ingenieros belgas”, en el que despliega una narrativa basada no en hechos sino en relaciones, donde el sentido de las palabras en provocar sensaciones. Así comienza en prosa y, al rato de lectura, resulta en obra poética. Así se nos indica, y parece que puede resultar cierto: “Ni es una novela ni es un libro de cuentos. Consta de 17 capítulos (…) Pero ¿podemos hablar de relatos? Me parece más adecuado hablar de experiencias”, “De la mano invisible de Seiobo, el autor relata una serie de experiencias realmente sublimes de la belleza y también de su lado oscuro.” , “Es un texto de gran belleza expresiva y de una decidida condición reflexiva enmascarada en lo narrativo, que exige del lector un alto grado de concentración.”
Me ha parecido oportuno compartirlo por si os puede resultar interesante. Yo, por mi parte, he encontrado otro libro de este autor (precisamente en esta Biblioteca Provincial de Huelva): “Al norte la montaña, al sur el lago, al oeste el camino, al este el rio”, que voy a empezar a leer, aunque ya acumulo dos lecturas pendientes: «El pájaro que da cuerda al mundo» de Haraki Murakami y otra que se me cruzó y que me ha resultado muy interesante, “Cómo funciona la música” del músico David Byrne … este verano ha sido pues el de las lecturas incompletas, aunque, como los paréntesis, ya las iré cerrando. 🙂
http://cultura.elpais.com/cultura/2015/08/26/babelia/1440588712_693515.html
Por mi parte, y como he tardado cierto tiempo en escribir esta reseña, ya termité el libro (sólo tiene 250 páginas, con letra grande), y ha superado mis espectativas. Si bien ya había leido obras en las que las palabras por si mismas forman parte de la comunicación, y no sólo por su significado … en este caso son los capítulos, su orden, las referencias y el ritmo, los que nos acercan la verdadera información, que es a la vez concreta y amplia, o más bien un sentimiento (de ahí la poesía del texto).
Y como ejemplo, una parte del primer libro citado, para poder apreciar su estilo:
«Ocurre todo esto en Kioto, y Kioto es la ciudad Permanente del comportamiento, el Tribunal de los condenados a la actitud correcta, el Paraíso de la conservación de la Postura obligatoria, el centro de castigo de los incumplimientos. El laberinto de la ciudad se compone de los diversos dédalos del comportamiento, de la actitud y de la Postura, de la infinita complejidad de las normas referidas a la relación con las cosas. No existen ni un solo palacio ni un solo jardín, no existen ni las calles ni los espacios interiores, no existe el cielo sobre la ciudad, no existen ni la naturaleza ni el rojizo momiji otoñal en las montañas circundantes ni el musgo en los patios de los monasterios, no existe la red de lo que queda de las tejedurías de seda de nishijin, no existe el barrio de geishas escondido junto al santuario de Kitano Tenmangu, no existen ni el rigor arquitectónico puro de Katsura rikyu ni el hechizo de las pinturas de la familia Kano en nijo-jo, no existen ni el vago recuerdo del lugar de lo que fue el rashomon ni el simpático cruce de Shijo y Kawaramachi en el centro de la ciudad en el agitado verano de 2005, no existe el hermoso arco de Shijobashi, del puente que señala hacia el elegante y siempre misterioso Gion, como tampoco existen los dos maravillosos hoyuelos en la carita de una de las geishas danzantes de Kitano-odori, sino que únicamente existe el Gigantesco Montón de normas referidas a ellos, el orden de la etiqueta que actúa por encima de todo, que se extiende a todo y que, sin embargo, jamás ni una sola persona ha entendido plenamente, la invariable y a la vez voluble cárcel de las complejidades entre cosa y ser humano, entre ser humano y ser humano y, además, entre cosa y cosa, porque sólo así, sólo a través de ella son autorizados a existir los palacios y jardines, las calles trazadas en una cuadrícula y el cielo y la naturaleza y el barrio de nishijin y Fukuzuru-san y Katsura rikyu y el lugar ya frío de rashomon y los dos encantadores hoyuelos en la carita de la geisha de Kitano-odori cuando ella, nacida en el encanto, aparta un poquito, por un instante, su abanico para que todos le vean el rostro, pero realmente sólo por un instante, le vean esos dos hoyuelos de una belleza inmortal, esa sonrisa delicada, encantadora, fascinante que esboza ante el público compuesto por las viles miradas de una clientela de ricachones.«
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